Mi relación con el olivar viene desde que tengo uso de razón ya que mi familia tenía olivos y se dedicaba a su cuidado. Desde muy pequeño, he ayudado a mi familia en las tareas del campo. Mis padres y mis abuelos me transmitieron sus conocimientos al respecto y me enseñaron a realizar las labores que requiere el mantenimiento de un olivar.
La variedad que cultivábamos era la Manzanilla, hoy conocida como Aloreña de Málaga y que tiene la distinción de Denominación de Origen Protegida. El olivar requiere un mantenimiento durante todo el año y es, por eso, que siempre necesita de trabajos y atención.
Durante el invierno, realizábamos las labores de poda para configurar su estructura de cara a la siguiente producción de aceituna. Al llegar la primavera y el verano, hay que evitar la aparición de plagas y controlar el crecimiento del fruto. A finales de agosto, septiembre ya podíamos recoger las aceitunas destinadas a “verdeo”, es decir, aquellas que preparábamos para consumir directamente del plato. Y ya, a partir de diciembre, era la recogida de aceituna. Toda la familia nos dedicábamos a ello, después había que llevarlas a la cooperativa a moler para tener aceite para todo el año.
Se puede decir que gran parte de la vida se realizaba en torno al olivar: la comida preparada con leña de olivo, la siesta a la sombra de sus ramas, la azada con el mango de olivo, y la capacha y el botijo colgado en el olivo,… Era una relación, la del ser humano con el olivo, enriquecedora para ambos, sostenible y natural.
El olivar ha estado siempre presente en mi vida y es por ello que me vino la idea de realizar un proyecto relacionado con el mismo en el entorno de Alozaina y la Sierra de las Nieves. Para transmitir mis conocimientos y que no queden relegados al olvido. Para que todos los viajeros interesados en conocer nuestra cultura y tradiciones pueden hacerlo en primera persona, formando parte de una experiencia única, responsable y respetuosa con el medio ambiente.